Es como si los párpados de un pavo real (en su edad más pletórica, evidentemente) acabaran de pasearse por la tibia luz de una mañana en el Café 54 de Manhattan, pero sin haber perdido ese halo transgresor de las galerías de arte parisinas.
Todo un opus, pero más que un opus me atrevería a llamarle casi Ópera Magna o Magnum Opus, porque sinceramente no sabría cómo describir esta sensación: si en femenino o en masculino.
Sensibilidad de hembra, raciocinio de macho.
¿Qué es más venerable que el éxtasis producido por los placeres de la vista cuando se encuentran ante una paradoja irresoluble, pero, al mismo tiempo saben que estan ante algo único? ¿Ante algo transgresor, moderno y a la vez académico?
Oh, si Baudelaire hubiera conocido internet otro gallo cantaría, tanta rebeldía impregnada en derrocar los bellos parajes clásicos e imponer su plúmbeo romanticismo, cuando podía haber mojado por primera vez una magdalena murciana en un café salido de la Via Condotti romana...y habría así descubierto el más agradable de los placeres.
La mezcla entre lo habido y que tiene que suceder.
La mezcla de sensaciones frontalmente opuestas, el existencialismo ontológico y sus discrepancias hegelianas no son más que migas en la magdalena que compone la paleta de colores de mi corazón.
Qué bello, que sureño y a la vez norteño, ESTO: nuestro diseño.
He dicho.